Entrevista a Daniel Glattauer


(La Vanguardia)

ENTREVISTA COMPLETA
(Preguntas y traducción: Claudia Toda)


¿Cree que el humor es internacional? ¿O hay regiones que comparten un determinado tipo de humor?

Creo que hay muchas formas y muchas sensibilidades para el humor. Por eso, lo que se considera divertido puede ser lo mismo más allá de fronteras y culturas.

Los españoles solemos tener la idea de que el alemán es un idioma más bien difícil y aburrido… pero quizá Austria y España estén más cerca de lo que pensamos.

Una “lengua extranjera“  es siempre una barrera para el humor que a menudo no deja ver la sátira y la ironía. Sin embargo, de lo que se trata de verdad es de lo que está detrás de las palabras. Creo firmemente que algunas personas están en la misma onda, comparten vibraciones. Es muy probable que jamás puedas reírte de las mismas cosas que tu vecino de al lado. Pero luego, a miles de kilómetros de casa, te encuentras a una persona y bastan un par de miradas, gestos y palabras… y ya sabes que compartís el mismo humor.

En su opinión, ¿cómo de cerca o cómo de lejos hay que viajar, para sentirse totalmente “lost in humor”?

Al desierto. A la cima de una montaña. O a una isla desierta. El humor acaba donde empieza la soledad. En cualquier lugar en el que haya personas reunidas hay algo por lo que reír. A mí el reír con otras personas me parece maravilloso, importante, diría incluso que fundamental.

En sus novelas los e-mails aparecen recurrentemente, ¿se puede viajar hoy día por Internet y experimentar el viaje sin salir de casa?

Internet y todas sus posibilidades me parecen perfectos para dar alas a la fantasía. Es cierto que ya solo la idea del destino de un viaje puede despertar sentimientos, como si ya se estuviera allí. Pero eso no dura para siempre, en algún momento hay que emprender realmente el viaje. De lo contrario, se pone uno melancólico.

El viaje más extraño que ha hecho.

Curiosamente, fue un viaje a España, al sur de España... a Andalucía. Se trataba de un “viaje periodístico”, que emprendí como periodista por invitación de una agencia de viajes. Cinco días en Andalucía, desde luego sonaba fantástico. ¡Y la región es fantástica! Pero el problema (que yo había pasado por alto) era que aquella agencia estaba especializada en vacaciones de golf. Me pasé esos cinco días casi exclusivamente en campos de golf (en parte recién inaugurados), en praderas estériles creadas artificialmente, en una atmósfera de clubs de golf que a mí me resulta antipática y arrogante. Los idílicos pueblos blancos de Andalucía los vi solo de lejos…

Una ciudad.

“Mi” VIENA. ¡Me encanta vivir aquí! ¿Han estado ustedes en Viena? ¡Vengan a Viena!

Un paisaje.

Colinas onduladas, bosques, praderas, campos, lagos… Parajes naturales inalterados, aún no descubiertos por el turismo, poco habitados y con poblaciones antiguas. Y todo esto bajo el sol, con temperaturas entre los veinte y los veinticinco grados. (De esto también hay en Austria, la zona se llama Waldviertel. Yo tengo allí una casa de campo con jardín y cinco patos corredores indios).

Un lugar.

Yo no necesito ningún otro sitio para vivir. Pero si pudiera tener una vivienda adicional, entonces preferiblemente en la ciudad de Nueva York. La vendería muy cara lo antes posible y  me iría a dar la vuelta al Mundo.

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