Entrevista a Robert Hass



(La Vanguardia)


ENTREVISTA COMPLETA
(Traducción: Andrés Catalán)


¿Son los aeropuertos lugares tan estupendos para observar y estudiar a la gente como sugiere su poema Escala [de su libro Sun under Wood])? 

Lo mismo que ciertos tipos de música, son algo estupendo para estudiar a la gente, al principio. Si no mueres de ansiedad por un vuelo o de aburrimiento extremo por culpa de un retraso. Pero durante breves periodos un aeropuerto puede ser como una pintura china de un camino a través de las montañas, algo sobre el espectáculo de los humanos con sus diferentes ideas y razones para ir y venir. 

¿Escribe normalmente sobre lugares en los que ha estado, o sobre lugares a los que le gustaría ir? 

Mantengo un diario para mantenerme despierto durante el viaje y normalmente escribo sobre lugares en los que he estado, algo que demuestra quizá cierta falta de imaginación. 

¿Lleva normalmente libros cuando viaja? ¿Hay algún libro que haya disfrutado especialmente (o que recuerde especialmente) durante algún viaje? 

Normalmente llevo algún tipo de guía de viajes sobre el sitio. Y me gusta estar leyendo algo sobre, o de, ese sitio. Normalmente un libro de poemas. Muy a menudo los libros que me importan son los que leo después -de viajar- para entender mejor donde he estado. Un Chamán de la Amazonia superior, de Bruce Lamb, tras visitar la jungla ecuatoriana, Cordero negro y halcón gris, de Rebecca West tras visitar Serbia y Croacia y Bosnia, El callejón de los milagros, de Naguib Mahfouz tras vagabundear por el Cairo. Mi libro de viajes favorito sobre leer libros de viajes es Viajes con Herodoto, de Ryzard Kapucinski. 

Dificultades para cruzar una frontera.

Ser uno más en un autobús lleno de escritores cruzando la frontera de Corea del Sur a Corea del Norte y atravesar la seguridad de la frontera de Corea del Norte fue una experiencia interesante. Habíamos atravesado ya la seguridad de la frontera de Corea del Sur, mecánica e impersonal, más o menos igual que la de cualquier otro aeropuerto. Cuando nos tocó bajar para el control de Corea del Norte habíamos pasado de un paisaje costero que parecía el de Virginia -pinos y kudzu- a de repente un paisaje desértico; todos los árboles debían de haber sido talados para conseguir leña, y los edificios de la aduana y el control de pasaportes estaban pintados en resplandecientes colores primarios, y el aire saturado con las voces de un coro de niños cantando con cierta alegría a lo Disney. Había enormes vallas publicitarias rodeadas de arena y matorrales mostrando al Querido Líder arropado con niños radiantes de felicidad. En la distancia, en todas direcciones, soldados con armas, que parecían haberse despertado de un intenso aburrimiento por la medianamente interesante oportunidad de echarnos un vistazo. Es la única vez en mi vida que el hecho de cruzar una frontera hacia otra construcción ideológica ha sido igual de papable que un cambio de temperatura. 

El sitio más curioso o extraño en el que haya estado. 

Uno de los más raros y hermosos sitios que he visto es la vieja ciudad de Ghadames en Libia. Es una ciudad oasis en la ruta comercial entre Trípoli y Tombuctú. Es una ciudad berberisca tan antigua como Roma y en la Edad Media las calles estaban cubiertas para defenderse de las tormentas de arena del Sahara, por lo que son como túneles salpicados de pozos de luz, abriéndose a plazas con palmeras y moreras y pequeñas fuentes. Es una experiencia visual deslumbrante, como caminar por un paisaje de Edward Weston o una fotografía de rigurosa pureza tomada por Ansel Adams. 

Un lugar de San Francisco que no aparezca en las guías de viajes. 

San Francisco es una ciudad hecha para caminantes, así que hay muchos pequeños lugares que no aparecen en las guías de viajes. Por elegir uno: bueno, sugeriría a los visitantes bajar por los escalones de Lyon Street en un día de sol y después quizá pasar por Liverpool Lil's a beber algo al final de la calle antes de volver a subir las escaleras. O caminar por el sendero desde el parque Crissy Field hasta el refugio en Fort Point en un día de niebla. Las sopas son bastante buenas allí. Y justo detrás del refugio, bajo el puente, está Fort Point, donde Kim Novak saltó al agua en Vértigo de Alfred Hitchcock. 

Una ciudad.

Ciudades que conozco suficientemente bien como para amarlas: San Francisco, Nueva York, París, Berlín. Viví en Buffalo, Nueva York, durante bastantes años. Fue mi primera experiencia fuera de California y fue el lugar de muchos descubrimientos, una ciudad grande y cómoda de los Grandes Lagos, más del Medioeste que del Este en cuanto a arquitectura y un lugar de terribles nevadas. Tenía una severa cultura de clase trabajadora y un aire de haber sido alguna vez espléndida y próspera. Me encuentro a menudo con que aparece en mis sueños. (Primera experiencia de hacer el amor durante una tormenta, primera experiencia de una tormenta de nieve de tres días, primera experiencia de unas arenosas y húmedas noches de verano en las que las farolas eran un revuelo de polillas). 

Un paisaje. 

Bueno, si tuviera que elegir uno, elegiría el sendero a lo largo de la orilla oeste del Lago Tahoe en Sierra Nevada, al norte de California, con el calor del verano. La profundidad azul y aguamarina del lago, las montañas en la distancia, algunas con manchas de nieve en Julio, el olor de los pinos de azúcar, un sendero polvoriento bajando hasta las grandes peñas de granito desde las que uno se puede tirar al agua helada

Un lugar. 

Madrid. El Prado. De pie enfrente de El Jardín de las Delicias de El Bosco. 

O, más cerca de casa, en la pequeña ciudad de Point Reyes Station, aproximadamente a una hora al norte de San Francisco, en la costa, está El Granero de Toby, que vende heno, grano y fertilizantes a los ganaderos locales, espresso y capuccino a los vecinos, y productos frescos y locales en el Farmer's Market las mañanas de los sábados. Es un sitio costero, por lo que tiende a haber sol y niebla mezclados las mañanas de otoño, cuando uno puede inspeccionar el último de los tomates de verano y los quesos artesanos y las cestas de moras de septiembre. 

O el pequeño restaurante en la casa de Bertolt Brecht en Berlín, en el que el menú está basado en los platos vieneses de su mujer, la cerveza es fría, acabas de ver la mesa donde escribió Madre coraje, y hay un cementerio justo al otro lado de la pared en la que estás sentado esperando a que te sirvan.

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