Entrevista a Micropoetisa Ajo



(La Vanguardia)

ENTREVISTA COMPLETA


Usted ha llevado su espectáculo a muchas ciudades y países. ¿Hay grandes diferencias entre las reacciones del público en los distintos lugares? 

Excepto cuando menciono la mojama (“y ahora busco mojama sin parar / porque dicen que sabe amar”), que no saben de qué hablo, por lo general reímos y lloramos por las mismas cosas aquí y en las Islas Felices de Oceanía. Pero sí que es cierto que los públicos tienen diferentes maneras de expresarse, no es lo mismo Casablanca donde la gente tiene hasta el móvil encendido que en el DF donde los asistentes te replican e intervienen directamente, te pasan notas en pleno microshow, son muy respetuosos, eso sí.

Cuéntenos algunas anécdotas sobre sus viajes a Latinoamérica. 

 Me tuvieron retenida durante 4 horas en el aeropuerto de Miami, en tránsito a Nicaragua, por decirle al policía que era micropoetisa de profesión, reaccionó como si le hubiera dicho que era terrorista chiíta, metió mi pasaporte en una carpeta roja, llamó a más policías y me llevaron a un cuarto con otros sospechosos de practicar la rima libre.

Improvise un micropoema sobre el viaje. 

Ya no se viaja / ahora sólo se llega. / Ya nadie va / ahora se está de vuelta.

Esboce un microitinerario de un microviaje que le apasione. 

Descender a besos desde el cuello al ombligo de alguien que me guste mucho es uno de mis itinerarios de corto recorrido favoritos.

¿Una micropoetisa tiene también un microequipaje? 

Una micropoetisa es básicamente una mujer desnuda. En mi maleta vacía llevo pompas de jabón transparentes, besos de papel, vestidos de seda, papelillos de fumar, deseos imposibles, cascabeles, suspiros, unas alas sin estrenar y miles de puntos suspensivos.

El viaje más extraño que ha hecho. 

Viajé en auto stop a Berlín en Febrero de 1985 con una amiga, tardamos 5 días en llegar porque en cuanto cruzamos los Pirineos anochecía a las 3 de la tarde y hacía muchísimo frío. Mi amiga se quedó para siempre y yo volví siendo otra. Fue un viaje al centro de mi destino que marcó claramente los siguientes pasos. Cuando vuelvo a Berlín siempre tengo la sensación de estar visitando a un primer amor.

El sitio más curioso en el que ha estado.  

El museo de de miniaturas de Castell de Gadaletx, conocí a un matrimonio de pulgas recién casadas, vi el entierro del Conde Orgaz en un grano de arroz y el primer capítulo del Quijote en un palillo. Para una practicante de la brevedad como es mi caso este es un lugar fundamental.

Una ciudad. 

Insisto en Berlín, es una de mis ciudades favoritas por las razones anteriores y porque es una ciudad pensada para vivirse, es cómoda para sus habitantes.

Un paisaje. 

Un bosque de robles al que me llevan mis hermanos cerca de mi pueblo, Saldaña (Palencia). Me encanta porque es como pasear por una acuarela japonesa de tonos cobrizos.

Un lugar. 

La Realidad, un bar de Madrid. Venden unos gintonics buenísimos, no hay música y se puede charlar sin desgañitarte, me pilla al ladito de casa, dejan entrar perrinas y sobretodo porque es un lugar de encuentro con la gente que me gusta o me gustará. Ah, y porque es mío.

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