Entrevista a Miguel Noguera



(La Vanguardia)


ENTREVISTA COMPLETA

Teniendo en cuenta que muchos viajes turísticos acaban resultando tediosos y maquinales, ¿qué propone para amenizar un viaje y convertirlo en algo memorable?

Bueno, droga dura y prostitutas, ¿no?... En absoluto. Mi propuesta es aún más ordinaria: Montar en las atracciones locales, subirse a una máquina que gire rápido o en su defecto hacer un par de rutas a caballo, en fin, algo cinético que te pueda tirar al suelo. Un rotor, una banana de goma... O un catamarán a pedales, de esos que llevan un pequeño tobogán incorporado, eso también me vale. De hecho, prefiero el catamarán a cualquier otra opción. Propongo caídas en familia y derramamiento de líquidos. Terremotos blancos. 

Si la risa es el resultado de un viaje que empieza en la figura del cómico, ¿Cuáles son las claves para que ese viaje termine con éxito y alguien se ría de algo? 

Debe de ser jodido tener que introducir la figura del viaje en todas las preguntas; en ésta lo has tenido que meter con calzador, ¿eh? La verdad es que no tengo las claves de la risa, de ese gran viaje que es la risa. No tengo los billetes del crucero de la carcajada. Te diré más, hay mucha gente que no se ríe en absoluto con lo que hago, lo consideran incluso lamentable ¡Me han acusado de farsante! Mi trabajo no lo funda la risa, no soy un ingeniero de la risa, es decir, mis ideas no son chistes, son más bien extrañamientos paradójicos o delirios pseudopoéticos; pero el efecto que producen en el público es cómico, eso no lo puedo negar. Y gran parte de mi fama se debe a esa comicidad. 

La idea de un viaje...

La idea de un tío que organiza en su casa un pase de fotografías tomadas durante su último viaje a África. Va enseñando unas fotos estupendas en su ordenador Mac de 27 pulgadas. El tío tiene salero, narra el viaje con gracia, tiene embobados a los invitados. Pero en realidad el tío no ha estado en África. Se ha pasado dos semanas encerrado en su casa, tirado en la moqueta, probando todo tipo de drogas, cagándose encima, poniéndolo todo perdido. Después ha hecho limpieza, ha tirado la moqueta a la basura y ha encerado el suelo, ha puesto a enfriar unas cervezas, ha bajado de internet unos fondos de escritorio de temática africana y ha memorizado un guión superentretenido sobre su experiencia en la sabana africana. Nadie sospecha nada, se mueren de envidia y lo consideran un campeón de la vida. 

Objetos imprescindibles en su maleta de viaje. 

Pastillas para la tensión, mi libreta, varios libros, un ordenador con internet móvil, mi estuche, y si me apuras, un bloc de dibujo... Bueno, en realidad son objetos que llevo siempre encima. Necesito mi bureau portátil, y más en un terreno hostil. No soy muy viajero, pero en los viajes que he hecho con mi pareja hemos optado por un turismo al uso, preferimos las rutas inofensivas y tranquilas. Nunca viajaríamos con un grupo, pero siempre llevamos una buena guía turística, una bien editada y de prestigio. No salimos mucho de noche, evitamos los barrios pobres. Pero aunque esté desplazado, sigo con mis actividades cotidianas. Suelo trabajar en cafeterías, por lo que puedo seguir inmerso en mi rutina sin mayores problemas. 

La historia del souvenir más absurdo que haya comprado.

Déjame pensar... En Mali compré un cipote de bronce que no me dejaron embarcar en el avión. No, es broma. No salgo de Europa, me da miedo. Si compramos souvenirs suelen ser imanes de nevera. De ahí no pasamos. Tenemos varios imanes-souvenir. Si alguna vez viajo a Rusia me compraré una Matrioska, eso es lo único que tengo claro. Lo único que tengo claro en mi vida. 

El sitio más curioso en el que ha estado.

Buf, tengo que escoger entre sitios muy poco exóticos, la verdad. Me quedo con un domingo en Sevilla. Toda esa gente engominada, esas camisas a rayas, los niños vestidos como en los años cincuenta, con lazos enormes en el pelo... Esa locura me pilló desprevenido. 

¿Cuál es el viaje más extraño que ha hecho?

Todos mis viajes han sido muy normales. No he hecho un viaje propiamente extraño, lo siento, ¿qué quieres que te diga? 

Una ciudad. 

Conozco muy, muy pocas ciudades; pero te diré Estocolmo, ante todo por motivos familiares. Tengo familia sueca, pasé allí unos meses cuando estudiaba y mira, Suecia y los suecos me caen bien. Incluso tengo trazas de mentalidad sueca. En Estocolmo la gente va regalando dinero por la calle y los túneles del metro son comestibles, ¡pero te juegas la vida, claro! Los túneles son de merengue, pero el metro te atropella igual.

Un paisaje.  

Suecia en primavera... Esas casas rojas, esos bosques, ¡hasta las gasolineras resultan amables! Las hormigas son enormes, rojas, valientes, asertivas, hacen hormigueros exteriores con forma de montañita. Sí, Suecia en primavera, sin duda. Bueno, no, no, Suecia en invierno... No, perdón, mejor primavera, perdón, perdón... 

Un lugar. 

El centro cívico de Can Deu, en el barrio de Les Corts de Barcelona. Es un centro cívico que está cerca de mi casa. Suelo desayunar allí y después paso parte de la mañana haciendo mis cosas. Es barato, bonito, tranquilo, nadie te mira mal si ocupas una mesa durante mucho tiempo... Es perfecto, ¡perfecto!

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