Entrevista a David Vann


(Diario de Ibiza)


ENTREVISTA COMPLETA
(Traducción: Kymm Coveney)



Usted nació en Alaska. 

Alaska es el lugar de mi infancia y permanece en mi imaginación como lugar mítico. En Ketchikan, solía correr por el bosque imaginando que me perseguían lobos u osos, y es verdad que había lobos y osos. A veces me caía a través del falso suelo del bosque hasta desaparecer por completo debajo de las ramas caídas. Y los gigantescos fletanes que pescábamos servían también como una metáfora de la imaginación. De color moteado en verde oscuro y marrón, eran primero formas anticipadas o imaginadas y luego de repente reales al emerger de las profundidades. Estábamos siempre en el agua, de pesca; siempre he sentido una poderosa atracción hacia el agua. Me gusta la idea, además, del relato que nace de un lugar. Creo que es así. 

Además de escritor, usted es un experto navegante. Cuéntenos alguna de sus experiencias en el mar.

Naufragué en el Caribe en medio de una tormenta. Viajaba con mi mujer, era nuestra luna de miel, y lo perdimos todo. En tan solo una hora el mar cambió de una calma chicha a tener olas de 10 metros, con algunas que alcanzaban los 20 metros. Durante seis horas estuvimos convencidos de que íbamos a morir, y lo más sorprendente fue que no hubo emoción ni pánico, sólo tristeza.  

Su viaje más extraño.

Navegué a través de los EEUU por tierra, sobre una especie de triciclo con una vela de windsurf. Navegaba casi exclusivamente por la Highway 90, donde los camiones me iban adelantando y, en un momento dado, pasé al lado de una serpiente de cascabel. El viaje duró un mes, y mi mujer, que me seguía en una camioneta, tenía tanto sueño un día que por poco me atropella. Eso cuando iba lento. Pero a veces también navegaba a 40 millas por hora por la cuneta, incluso aceleraba a veces cuesta arriba si el viento me era favorable.

El sitio más curioso en el que ha estado.

Recuerdo estar de pie en medio del Outback (el interior remoto) australiano de noche, sin que hubiera nadie más alrededor y sin ninguna luz, tan solo la luna. No había ningún ruido, ni el más mínimo rastro de sonido en ninguna parte, el lugar más silencioso en el que he estado nunca, y me pareció estar de pie sobre la misma superficie del planeta. Me parecía que si iba a escuchar algo, sería el girar del planeta. 

Un libro sobre viajes. 

El relato de Woody Allen “The Kugelmass Episode,” [en Perfiles, ed.Tusquets], en el que él mismo hace una visita a Madame Bovary en su novela y luego se la lleva a Nueva York, sin que funcione muy bien. A ella le encanta ir de compras. En su siguiente viaje, aterriza en un libro de gramática española, y es perseguido por el peludo verbo “tener.” 

Una ciudad. 

Me encantan Barcelona, París, Roma, Londres y Sydney. No me gusta especialmente ninguna de las ciudades de EEUU, de donde soy, porque hay muy poca historia y la arquitectura es una mierda. Soy profesor en San Francisco, y conozco a gente a la que le encantan sus casas victorianas, pero es un placer bastante limitado. 

Un paisaje. 

La Bahía Taupo, en Nueva Zelanda. Los bellos y altos acantilados, con la oscura roca desnuda, una playa ancha y normalmente desierta, islas cercanas y, por detrás, extrañas montañas de forma cónica con helechos arborescentes y otras rarezas. 

Un lugar. 

La costa de Turquía (incluidas algunas de las islas griegas). Allí el agua está caliente, el paisaje es espectacular y hay ruinas e historia en cada bahía.


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